Confesión navideña

Recuerdo la navidad allá en Venezuela. Todo empezaba ya en noviembre con los concursos de gaitas y seguía con la tradicional reunión familiar para preparar y congelar las hallacas que se consumen durante las fiestas. Todo es alegría y sentimiento. Las familias se reúnen y recuerdan con cariño a quienes no están. Se hacen regalos si se puede y si no, pues a bailar unas gaitas, un merengue, una cumbia o lo que haga falta. Pero con alegría, aprovechando los días de fiesta y el espíritu ya no religioso sino simplemente festivo que impregna ciudades y pueblos. Y ahora regreso a la realidad. La niebla se aposenta sobre mi minúscula ciudad y los ánimos se destemplan casi como en un extraño ritual en que todos tengan motivos para despreciar la Navidad, con mil excusas diferentes: unos porque echan de menos a alguien, otros porque no se llevan bien con su familia, algunos que reniegan de la religión… La cuestión es que la tele, la calle y el ambi...