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Mostrando entradas de noviembre, 2013

Modernidad + Frivolidad

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Corretean los dedos sobre los teclados respecto al asunto del anuncio de la lotería de esta navidad y lo que me parece más curioso es que de lo leído, escuchado y visto por ahí, hay una “crítica” que me ha resultado graciosa y muy acertada.  Habla no sólo de la cara de espanto de la Caballé o el casposo “lalaleo” de Raphael sino también de lo plastificado de la escena… todo sonrisas, caras guapas, maquillajes perfectos y un entorno que pretende ser cálido pero sin conseguirlo pues la frivolidad rezuma por dorquier. Con este escenario, pienso en muchas otras señales de lo frívolo de los tiempos que vivimos.  Miren ustedes la televisión, intenten encontrar, por ejemplo, un vídeo musical en el que todos/as no adopten posturitas escrupulosamente diseñadas y/o que no se refiera a una juerga o un ligue y que además se ambiente en un lugar que no sea un hotel carísimo, un vehículo carísimo, un hotel o una mansión también carísimos. Últimamente, todo lo que trasciende un poco de

Irresponsables

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Cuando era más jovencita pensaba que había que estar enamoradísima para vivir con alguien.  Entendiendo por “enamoradísima” el vivir en un constante revoloteo de mariposas estomacales con las endorfinas funcionando a máximas revoluciones y las hormonas disparadas en su máxima expresión. Hoy en día, con la experiencia, una se da cuenta de que los cuentos sí continúan después del beso final y todo ese torbellino de sensaciones se apacigua dando paso a una agradable calma.  El amor se convierte en una especie hogar cálido al que siempre quieres regresar, como la casa de los padres o de los abuelos. Sin embargo, como siempre me pasa, miro a mi alrededor y encuentro que la modernidad vuelve a difuminarlo todo y hoy en día construir un hogar a través de una relación estable resulta una quimera complicada de llevar a buen término y, como siempre también, me doy cuenta de que mi generación (y no hablemos de las posteriores), crisis mediante, seguimos comportándonos como unos críos q

Corriendo por el parque

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Pisé una piña y me torcí el tobillo.  Según la red: “la lesión más común entre los corredores”. Y ya me fastidia porque yo corredora no soy.  Yo corro porque como he dejado de fumar: a.- me anima ver que puedo b.- me ayuda a evitar (un poquito, demasiado poquito) los kilos que se me están apoderando. c.- No hay “c” pero queda mejor una lista de tres que de dos, nunca he sabido por qué Por lo demás correr cansa y dependiendo del día es más bien aburrido.  Lo que pasa es que si eres una tontita como yo, terminas disfrutando de los paisajes que van cambiando con las estaciones.  Y de las sensaciones.  Y de las endorfinas.  Y de las mallas de los corredores buenorros que te adelantar sin parar. Y así ocurrió que en el preciso instante en que la piña asesina se colocó justo debajo de mi pie derecho y mi cuerpo se tambaleó dolorido mientras mi boca espetaba un rotundo ¡m*erd*!, un corredor “adelantón” pasaba por mi izquierda parando en seco a intentar socorrerme.  Agradecí la

La “viejera” y el fin del romance

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Esto sí es algo que no puede cambiar: el tiempo pasa y punto.  Aunque una se sienta y actúe como una chiquilla, el mismo oxígeno que nos sirve para respirar también nos oxida y la gravedad ejerce su acción inexorablemente pese a cual parte del cuerpo le pese. Pero no es sólo una cuestión física/biológica esto de hacerse mayor.  La visión también cambia y parece como si todo se tornara en extraños colores otoñales muy acordes con la fecha de hoy.  Porque hoy es el día en que me doy cuenta que con la edad también llega una especie de final de un romance. La perspectiva cambia y lo que antes hacía ilusión, ahora cansa. Como en un matrimonio aquellos detallitos del otro que al principio te hacían gracia o producían ternura, con los años resultan ser aquello que más te enerva. Doy por hecho que esto, como todo, es cuestión de adaptación.  De aprender a mirar las cosas desde la nueva perspectiva que otorga el simple “darse cuenta”, cosa la cual siempre es un paso en la bue