Irresponsables
Cuando era más jovencita pensaba que había que estar
enamoradísima para vivir con alguien.
Entendiendo por “enamoradísima” el vivir en un constante revoloteo de
mariposas estomacales con las endorfinas funcionando a máximas revoluciones y
las hormonas disparadas en su máxima expresión.
Hoy en día, con la experiencia, una se da cuenta de que los
cuentos sí continúan después del beso final y todo ese torbellino de
sensaciones se apacigua dando paso a una agradable calma. El amor se convierte en una especie hogar
cálido al que siempre quieres regresar, como la casa de los padres o de los
abuelos.
Sin embargo, como siempre me pasa, miro a mi alrededor y
encuentro que la modernidad vuelve a difuminarlo todo y hoy en día construir un
hogar a través de una relación estable resulta una quimera complicada de llevar
a buen término y, como siempre también, me doy cuenta de que mi generación (y
no hablemos de las posteriores), crisis mediante, seguimos comportándonos como
unos críos que aún fuera del nido original, queremos seguir jugando a los papás
y mamás pero mucho cuidado como se me tuerza lo más mínimo mi plan individual,
que no juego más y me llevo el balón que para eso es mío.
Creo que no nos damos cuenta de que irse a compartir hogar con
tu pareja, en realidad, debería ser esa continuación del cuento. Que aún con las diferencias de concepto que
nos separan de nuestros padres, seguimos fundando familias (con o sin hijos) y
mi concepto de familia tiene mucho que ver con la responsabilidad. En primer lugar responsabilidad hacia uno
mismo, hacia la propia persona y después responsabilidad y por lo tanto respeto
a quien o quienes he elegido para compartir parte de mi vida.
Eso último, me temo, es lo que nos falla. Nos han acostumbrado a ser los hijos y los
hermanos pero no nos han enseñado a ser cónyuges y mucho menos padres aceptando
la responsabilidad que el desempeño de estos papeles supone, como el cuidado o
la aceptación del otro sin tabúes, miedos o barreras y sobre todo sin anteponerse
a uno mismo. No sé si existe una manera
de enseñar o aprender semejante “tarea”, pero desde luego últimamente no dejo
de pensar que, en este sentido, somos irresponsables.
Así que una vez superada la faceta "princesa rosa", a lo mejor hay que plantearse mejor qué vamos a aportar y qué vamos a pedirle al "príncipe azul" para convertirnos en "reyes" durante la segunda parte del cuento.
Comentarios
Creo que no nos enseñan a ser cónyuges ni padres, en parte porque a los padres les cuesta mucho aceptar que hemos dejado de ser "sus niños" y hemos pasado a ser adultos con capacidad de fundar otro hogar.
Saludos!
Un abrazo!