La maleta
Siempre tengo miedo de que me pierdan las maletas. Imagino cómo solucionaría mis vacaciones si
en un vuelo tonto mis maletas llegaran a Toronto en lugar de ir a Fez, por
ejemplo. Nada es totalmente necesario y
todo lo que cabe un una maleta puede ser sustituido o repuesto ¿verdad?. Lo cierto es que sí, pero todo, como siempre,
tiene “un pero”.
Al abrir el maletero me fijé en mi mochila de montaña y
decidí que la subiría al piso junto con la maleta y así tendría todo a mano
para mañana, tanto si había monte como si había ciudad. A la vez que lo pensaba, un frío me recorrió
la columna y miré hacia Bonito del Norte esperando una confirmación de mi
temor. No hablaba, sólo estaba blanco
mirando el maletero como quien divisa un fantasma. Entonces pregunté “¿y mi maleta?”. Mi maleta se había quedado cerrada y
preparada encima de la cama.
Intenté ser racional, ya nada se podía hacer. La maleta no iba a venir sola y tampoco
podíamos comprometer nuestro fin de semana por cuatro trapitos, un desodorante,
un cepillo de dientes, una hidratante, un cacao, un corrector de ojeras, un rímel,
un colorete o unas bragas, joder ¡mis bragas! ¡Bonito, yo te mato y me
divorcio!.
El resto del fin de semana simplemente pasó. Me solucioné gastando lo poco que había
conseguido ahorrar este mes que ya toca a su fin y pensando que tampoco hacía
falta tanto. Pero lo cierto es que una
se siente desamparada cuando le faltan esas cuatro tonterías que tan
esmeradamente ha seleccionado y colocado en una simple maleta de los chinos.
Comentarios