No soy muy amiga de los músicos evangelistas esos que utilizan su influencia para convencer incautos durante sus conciertos, porque cuando pago un directo me gusta disfrutar de lo que he venido a escuchar y no las disertaciones políticas de nadie, que para eso ya tengo el noticiario tres veces al día. Tampoco me gustan porque me da la sensación que aprovechan momentos de sensibilidad y euforia colectiva durante los cuales las personas son capaces de creerse cualquier cosa en una especie de “efecto flautista de Hamelin”. Sin embargo, en el caso de Sting, he de admitir que la elegancia de su música al clamar según qué cosas como en la canción que dedicó a las madres de la plaza de mayo, me suele seducir y relajar… como pensando que hay alguien que, aunque no soluciona: apoya, que ya es bastante. Recuerdo ser una adolescente cuando esta canción salió y también recuerdo que, tal como siempre hacía entonces con las canciones que me gustaban, al traducirla, me impactó. Incluso