El Valle de Langtang
Sitares y Tablás resonaban lejanos cuando un nuevo bache me
trajo a la realidad del minúsculo espacio que ocupaba mi gran cuerpo en el
autobús que, plagado de turistas, guías y porteadores, serpenteaba por las
faldas de las montañas. Había conseguido
dormir un poquito a pesar de la música que ahora retronaba en mi cabeza ubicada
justo al lado de un bafle de la época de la última visita de los Beatles al
Nepal. Todas las incomodidades fueron olvidadas
cuando recordé que por fin iba a culminar mi objetivo final en Nepal: pisar el
Himalaya.
Elegí el Valle de Langtang por ser uno de los menos
visitados y por su cercanía al Tíbet, albergando varios asentamientos de
refugiados tibetanos que sabía le concederían al trekking por estas tierras ese
ambiente que tanto me recordó a aquellos libros del Lama Lobsang Rampa que
devoré en mi juventud.
¡Que ilusión caminar a través de la cordillera más alta y
extensa del mundo! Cruzar puentes colgados sobre profundas gargantas y ríos de
aguas salvajes como sus montes que crean un horizonte vertical que se pierde
hacia el universo. Atravesar bosques
llenos de vida y distintas tonalidades que van cambiando con la altitud lo
mismo que cambian nuestras ropas y nuestros temples.
Hoy cierro los ojos y me recuerdo jugueteando a rodear los
chortens y los muros maní por la izquierda para respetar el budismo que allí se
respira convertido en un ambiente místico inspirado en las inmensas montañas
que nos rodeaban. Montañas que siempre
soñé pisar y que tanto miedo me daban hasta que comprobé su docilidad cuando
las tratas bien. Hoy creo que el
Himalaya sólo se deja conquistar por quienes le desean sin interés, sin querer
ser el primero ni el mejor, sin ganas de demostrar nada más que el amor por las
alturas y el silencio que las acompaña.
Comentarios
Sigo tu crónica cual guía de viajes.
Besos!