El viento del norte, ese cierzo traidor y agotador que se inmisculle en todas las conversaciones y congela intenciones, resuena contra las paredes del edificio como si las sembradoras que trabajan estos días en el campo se estamparan contra la ciudad. Casi no se oye el despertador, pero ahí está, dando mal y recordando que hoy es día de trabajar así que arriba los corazones. Me desperezo pegando la nariz a la ventana a ver si por alguna casualidad extraña el viento es más caliente que ayer pero casi se me duerme el olfato y las banderas del edificio de enfrente siguen ondeando orgullosas desplegadas en máximo esplendor. Definitivamente hace frío. Habrá que abrir el cajón maldito. Bufandas, gorros y guantes me saludan sonriendo con sorna a sabiendas de que les tengo sólo por cuestión de salud y nunca por gusto. Saco el único gorro que aún medio me sienta bien, los guantes de piel que pronto habrá que jubilar y la bufanda de lana negra. Salg...