OTOÑO EN LA SIERRA

Lo mejor del otoño son sus colores, sobre todo en la montaña donde los bosques se engalanan y sacan sus mejores y más coloridas prendas antes de retraerse para soportar los fríos del invierno.

Quise visitar mi Pirineo, para pedirle perdón por mi infidelidad con Dolomitas, pero sigue enfadado y se niega a recibirme soltándome sus ventoleras y lloviznas típicas de este tiempo. Así que hube de quedarme cerca de la ciudad y en tan apenas veinte minutos me situé a los pies de la Sierra del Gratal para acometer la corta ascensión al pico Peiro, ese que últimamente se me había resistido más por mis momentos de empanada que por su misma predisposición a recibirme.

En tan apenas una hora pude contemplar los colores otoñales de la sierra que, si bien no son tan explosivos como en el pirineo, me dejaron desvariar sobre la capacidad de la naturaleza para adaptar sus habitantes dependiendo de por donde les dé el sol: norte o sur. Así, se encuentra una un pequeño bosque de hayas con sus granates allí donde no suele haberlo, un salpicón amarillo de arces rodeados del verde boj y una estupenda paleta de marrones que sólo los quejigos endémicos del lugar saben pintar.

Disfrutando de los colores y los olores a seta a punto de nacer, conquisté el modesto Peiro que me regaló un vistazo a los embalses de Arguis a sus pies, Sotonera allá en el llano y a su compañero Gratal.



Mientras tanto el pirineo se escondía tras la tempestad impidiéndome atrapar una sola imagen que fuera testigo de su mal humor y enfado hacia mí.

Mala manía la mía de desmerecer la sierra. Será por cercana.

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