LA LEYENDA DE SAN JUAN DE LA PEÑA
El Monasterio de San Juan de la Peña está situado a unos 20 kilómetros de Jaca y es uno de los parajes más bonitos de la provincia de Huesca, además de constituir una auténtica joya del románico aragonés. Sin dejar de mencionar que se considera la cuna del antiguo reino de Aragón.
Dicho esto y dejando la historia para los historiadores, me adentraré en la mundanalidad que es lo que me mola.
Para no variar, dediqué el finde pasado a darme una vuelta por la montaña. Al principio la intención era acudir raudos al Pico Chipeta Alto para ir abriendo la temporada pirenaica, pero no pudo ser. Como ya desde monrepos vimos que la cosa estaba marroncita en el piri, decidimos elegir algo más cercano y seguro en cuanto a meteorología y ante la indecisión de mis empanadísimos compis (a partir de ahora: “la pareja empanadilla”) decidí darme una vuelta por la sierra de San Juan de la Peña, así, una vez más, me encontré subiendo al Pico San Salavador, muy facilito y accesible desde el Monasterio nuevo de San Juan de la Peña.
Este pico lo he subido ya unas cinco veces… ¡pero que pesada soy! Y eso que no he establecido una rutina, como hago con Peña Oroel o la Faja de Pelay donde sí tengo instaurada la tradición de subir todos los años (oroel en primavera y pelay en otoño, rarezas mías).
Total, que después de tantas veces visitado, me doy cuenta de que, como me pasó con oroel o el salto roldán, igual buscando, me encuentro alguna leyenda de esas que dan tanto juego… y… ¡taaachaaan!... ¡la encontré!... ¡hurra!:
Había un joven noble maño llamado Oto que un día se adentró en los bosques de la Sierra de San Juan de la Peña para desarrollar una jornada de caza. De repente avistó un ciervo que escapó rápidamente.
Oto, hábido de alcanzar su presa, espoleó su caballo haciéndole correr tras ésta tan rápidamente que no reparó en el precipicio que había justo delante de él. Así que, sin tiempo a reaccionar, se despeñó. Milagrosamente, el caballo aterrizó en tierra tan suavemente como si hubiera dado un simple brinco.
Ahí, en el fondo del barranco y tras darse cuenta que estaba sano y salvo, encontró una cueva donde se erguía la ermita dedicada a San Juan Bautista y en su interior el cadáver de un ermitaño.
Tan impresionado quedó por lo que le había ocurrido, que al llegar a Zaragoza, vendió todos sus bienes y, junto a su hermano Félix, regresaron a la ermita donde permanecieron y comenzaron su vida eremítica.
(fuente: wikipedia).
Como encuentre una leyenda para cada pico que suba, cambio de profesión.
Dicho esto y dejando la historia para los historiadores, me adentraré en la mundanalidad que es lo que me mola.
Para no variar, dediqué el finde pasado a darme una vuelta por la montaña. Al principio la intención era acudir raudos al Pico Chipeta Alto para ir abriendo la temporada pirenaica, pero no pudo ser. Como ya desde monrepos vimos que la cosa estaba marroncita en el piri, decidimos elegir algo más cercano y seguro en cuanto a meteorología y ante la indecisión de mis empanadísimos compis (a partir de ahora: “la pareja empanadilla”) decidí darme una vuelta por la sierra de San Juan de la Peña, así, una vez más, me encontré subiendo al Pico San Salavador, muy facilito y accesible desde el Monasterio nuevo de San Juan de la Peña.
Este pico lo he subido ya unas cinco veces… ¡pero que pesada soy! Y eso que no he establecido una rutina, como hago con Peña Oroel o la Faja de Pelay donde sí tengo instaurada la tradición de subir todos los años (oroel en primavera y pelay en otoño, rarezas mías).
Total, que después de tantas veces visitado, me doy cuenta de que, como me pasó con oroel o el salto roldán, igual buscando, me encuentro alguna leyenda de esas que dan tanto juego… y… ¡taaachaaan!... ¡la encontré!... ¡hurra!:
Había un joven noble maño llamado Oto que un día se adentró en los bosques de la Sierra de San Juan de la Peña para desarrollar una jornada de caza. De repente avistó un ciervo que escapó rápidamente.
Oto, hábido de alcanzar su presa, espoleó su caballo haciéndole correr tras ésta tan rápidamente que no reparó en el precipicio que había justo delante de él. Así que, sin tiempo a reaccionar, se despeñó. Milagrosamente, el caballo aterrizó en tierra tan suavemente como si hubiera dado un simple brinco.
Ahí, en el fondo del barranco y tras darse cuenta que estaba sano y salvo, encontró una cueva donde se erguía la ermita dedicada a San Juan Bautista y en su interior el cadáver de un ermitaño.
Tan impresionado quedó por lo que le había ocurrido, que al llegar a Zaragoza, vendió todos sus bienes y, junto a su hermano Félix, regresaron a la ermita donde permanecieron y comenzaron su vida eremítica.
(fuente: wikipedia).
Como encuentre una leyenda para cada pico que suba, cambio de profesión.
De camino a la cima
La pareja empanadilla, triunfal en la cima de San Salvador
Yo misma ¡en 1997! en el refugio de San Salvador, con la Peña Oroel al fondo.
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