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Mostrando entradas de abril, 2011

MANUSCRITO

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Últimamente escribo poco porque leo mucho.  A pesar de mi condición femenina, no hago ambas cosas a la vez: o leo, o escribo.  Así soy yo. Lo que tiene de bueno esta especie de segregación de tareas es que cuando se termina con una, se empieza la otra con más ganas.  Así, con cada cosa aprendida o cada interpretación de uno o varios personajes novelísticos, la tinta empieza a fluir para quedarse aquí, en el papel.  Más privado y más mío porque es mi brazo biónico el que se queja de esta nueva manía que me ha dado con lo del manuscrito. A lo mejor, la culpa de todo la tiene mi forma de escribir.  Me gusta apoyar fuertemente el bolígrafo contra el papel, para que no se me escapen las palabras y para que el trazo de mi letra no desvele la debilidad de mi pulso usualmente acelerado.  Y claro, mis dedos le piden ayuda a mi muñeca que a su vez reclama potencia al codo que ya ha tenido bastante con su jornada de rehabilitación del día de hoy. Así que ahora mismo suelto el boli, el papel y

TORMENTA MUSICALIZADA

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Me encantan las primeras tormentas de la primavera.  El olor a tierra mojada por el camino hacia el trabajo y la seguridad de que pronto llegará la lluvia donde yo esté, dan sensación de purificación. Nada mejor que ver la tormenta desde la ventana escuchando buena música...

OLOR A LOLINDIR

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Los recuerdos tienen el poder de la difuminación y así, se convierten en sabores, colores, olores… sensaciones.  Pero sobre todo: olores. Mi primer recuerdo sensitivo se remonta a mi temprana infancia: olor a hierba segada mezclada con excremento de vaca. Así recordaba yo el pirineo mientras habitaba allá en Suramérica. El sabor a cominos y frutas dulces con final casi amargo, me recuerda a mi adorada Venezuela. También el olor a mar y la sensación pegajosa del calor húmedo. El hospital, para mí, huele a lavandería. Es el olor de sus sábanas lo que me le trae a la memoria. Así, para mí, el abrigo recién sacado de la tintorería huele a hospital. El olor a tierra mezclada con sudor, me recuerda al primer amor ese que siempre estaba en contacto con la tierra ya fuera por trabajo, ya fuera por acompañarme a las alturas de nuestro pirineo: el que tanto nos encontró y desencontró. Hay un olor particular, uno que cada vez disfruto más: el olor a Lolindir , mejor dicho, el olor de la casa

¡QUE MÁS DA!

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Una tarde cualquiera puede una encontrarse de repente con sensaciones conocidas pero casi olvidadas. Aflorar la sensibilidad y al ritmo de unos cuantos acordes bien dispuestos preparar las próximas mini-vacaciones mentalmente. Una tarde cualquiera, cuando los pronósticos dicen que la cosa no será sol en la playa, una dice, tras mucho tiempo sin hacerlo: ¡que más da!... y una ligera sonrisa menea la comisura labial como preludio de actitudes mejores. Siempre la música…

CONSEJOS VENDO Y PARA MI NO TENGO

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Solemos utilizar el dicho de manera peyorativa, como si el aconsejador incumpliera alguna ley universal no pudiendo seguir sus propios consejos. Una vez me contaron que mi sin par Albert Ellis se había suicidado, como si ese hecho le restara credibilidad. Aunque fuera cierto, que no lo es (el pobre murió de puro viejo), las circunstancias de su fallecimiento nada tienen que ver con el bien que hizo desarrollando una de las teorías más reveladoras en lo que a terapias psicológicas se refiere, aunque no pudiese autoaplicárselas pues nadie puede ser objetivo consigo mismo. Lo cierto es que los consejos parten de la objetividad. Cuando uno ofrece un consejo posee la ventaja de la distancia, de la objetividad de no ser quien está sufriendo o viviendo una situación. Cuando es uno mismo el que está sufriendo algo no puede ser objetivo, porque no se tiene la perspectiva exterior, sólo la interior. Así, puede que yo mismo no actúe de la manera en que aconsejaría a alguien pues es imposible al

ADAPTARSE O MORIR

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Una de las grandes capacidades humanas es la adaptación. A través de ella, nos hemos llevado la palma en contra del resto de los seres vivos del planeta y, a través de ella, hemos conseguido ser el mayor depredador. Con esa máxima, hemos de entender que la supervivencia es posible siempre que se esté dispuesto a aceptar la propia condición y posibilidades. Como en todo, la superación es cuestión de aceptación. Es decir, sólo aceptando con realismo y objetividad lo que sucede, es posible transitar un cambio y utilizarlo como medio de adaptación y superación. Se me ocurre que, con esto de la crisis, muchos tocan fondo ya y muchos lo haremos pronto, pero no es momento de lamentaciones. Podemos obcecarnos e intentar cambiar aquello que no depende de nosotros pero al final siempre daremos contra la misma pared. La mejor y menos dolorosa salida es aceptar la realidad desde el prisma de la objetividad y preguntarnos qué es lo realmente necesario para que un ser humano se mantenga vivo. A pa

POBRE NIÑO VEGANO

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“¡Pobres terneritos! ¡pobres cerditos! ¡pobres gallinitas y pavitos! ¡pobre mero! ¡pobres todos los animalitos del mundo mundial que no tienen la culpa de que nosotros seamos omnívoros y les necesitemos para alimentarnos!”. Pensaban papá y mamá veganos mientras decidían sacrificar la vida de su retoño en favor de detener la violencia animal. Mamá vegana se había criado bajo los cuidados de una alimentación normal hasta que, junto a papá vegano, decidió lanzarse a la sanísima y nutritiva alimentación vegetal. Ella ya estaba madurita, y todos los nutrientes consumidos antaño que le habían forjado fuerte para parir, servirían para críar la prole. Nació el retoño que alimentó de su propia savia, savia que recibía su sabor de las deliciosas verduritas y hortalizas del huerto. El retoño crecía, pero poco, y los progenitores veganos decidieron consultar a ver si era normal. Resultó que no. Pero en su afán por proteger el resto de especies del planeta, eligieron las terapias alternativas par