SONAR 2010
Tuve la buena idea de hacerme fan de Sigur Rós a través del facebook lo cual me llevó a conocer desde el primer momento el proyecto en solitario de su líder Jonsi. Su disco me encantó y, lista de mí, se me ocurrió indagar en su página web los lugares que iba a visitar con motivo de su gira de presentación y allí encontré la noticia, como un sueño: Jonsi no sólo sí tocaría en España si no que además lo haría en el Sonar, festival que hace mis delicias.
Allí me dirigí y allí llegué justo a tiempo, nada más pisar el lugar comenzó un maravilloso concierto lleno de sensibilidad. Una jornada plagada de emoción con un sonido excelente, bellísima escenografía y absoluta entrega de los músicos situados en media luna, como los de verdad.
El amigo Jonsi resulta parco en palabras pero no necesita más que lo que entrega, porque se entrega mucho el muchacho. Para nada tiene aires de rock star porque no le hace falta, sólo con esa música y su encantadora voz, hace la veces de flautista de Amelin y nos transporta a todos a un mundo mágico de belleza en estado puro.
Terminada la dulce jornada islandesa fui meneando este pens-cuerpo por cada uno de los escenarios distribuidos por la Fira que, al igual del año pasado, me sorprendieron por su tamaño, sonido y excelentísima organización. Es el sueño de los festivales: poca cola para pedir, poca cola en los baños que están razonablemente limpios y ¡con papel! Cosa que las féminas agradecemos especialmente.
Después de Jonsi, lo más reseñable de la jornada fue el éxodo masivo que se produjo a las tres de la madrugada en dirección al escenario principal donde se emplazaba la cita con los Chemical Brothers que nos hicieron bailar y alucinar con un espectáculo electrónico hasta la saciedad, imagen y sonido de vanguardia que me obligaron a abandonar por un ratito el confortable rincón del fondo del local para adentrarme en las cavernas de las primeras filas sólo por absorber cual vampira la energía que desprendían las miles de personas que bailaban en un frenesí casi poético.
Y así, con las piernas adoloridas y una plácida sonrisa de esas que dejan entrever el placer de una jornada bien aprovechada, regresé a la dulce morada que me proporcionaba un fiel amigo.
Asomada a la ventana, mientras las primeras luces de la noche se apagaban, me prometí que no dejaría de amar la música como una de las piezas más grandes del puzle de mi amor por todas las cosas bellas.
Allí me dirigí y allí llegué justo a tiempo, nada más pisar el lugar comenzó un maravilloso concierto lleno de sensibilidad. Una jornada plagada de emoción con un sonido excelente, bellísima escenografía y absoluta entrega de los músicos situados en media luna, como los de verdad.
El amigo Jonsi resulta parco en palabras pero no necesita más que lo que entrega, porque se entrega mucho el muchacho. Para nada tiene aires de rock star porque no le hace falta, sólo con esa música y su encantadora voz, hace la veces de flautista de Amelin y nos transporta a todos a un mundo mágico de belleza en estado puro.
Terminada la dulce jornada islandesa fui meneando este pens-cuerpo por cada uno de los escenarios distribuidos por la Fira que, al igual del año pasado, me sorprendieron por su tamaño, sonido y excelentísima organización. Es el sueño de los festivales: poca cola para pedir, poca cola en los baños que están razonablemente limpios y ¡con papel! Cosa que las féminas agradecemos especialmente.
Después de Jonsi, lo más reseñable de la jornada fue el éxodo masivo que se produjo a las tres de la madrugada en dirección al escenario principal donde se emplazaba la cita con los Chemical Brothers que nos hicieron bailar y alucinar con un espectáculo electrónico hasta la saciedad, imagen y sonido de vanguardia que me obligaron a abandonar por un ratito el confortable rincón del fondo del local para adentrarme en las cavernas de las primeras filas sólo por absorber cual vampira la energía que desprendían las miles de personas que bailaban en un frenesí casi poético.
Y así, con las piernas adoloridas y una plácida sonrisa de esas que dejan entrever el placer de una jornada bien aprovechada, regresé a la dulce morada que me proporcionaba un fiel amigo.
Asomada a la ventana, mientras las primeras luces de la noche se apagaban, me prometí que no dejaría de amar la música como una de las piezas más grandes del puzle de mi amor por todas las cosas bellas.
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