SOÑÉ CON JORDANIA V

Me despierto hoy encogida por el frío y al asomarme al balcón compruebo que, tal como pensaba, los primeros copos de nieve cubren mi querida Guara. Así, auto-abrazándome para paliar el frío y contemplando el paisaje que siempre cambia según la estación, pienso en el Wadi Rum y lo calentita que estaba allí hace sólo un par de semanas.


Cuando uno piensa en desierto, imagina un largo horizonte pleno de dunas de arena. Nada más lejos de la realidad en el caso del Wadi Rum. Allí hay arena, sí, pero también hay roca y la combinación de ambas le aporta esa magia que tanto me gusta encontrar en cada rincón del mundo. Se combinan los colores y, dependiendo de la posición del sol, la gama cambia de ocres y amarillos a marrones, naranjas y rojizos de atardecer que hacen caer la baba al más insensible.

Wadi Rum me atrapó, me enamoró en un santiamén como supongo hizo con Lawrence de Arabia quien luchó por aquellos territorios como si fueran propios. No es para menos.

La jornada en el desierto transcurrió plácida y entretenida: primero una ruta en todo terreno para llegar al campamento beduino que nos serviría de alojamiento esa noche, desde allí un cortísimo paseo en camello tras el que emprendimos marcha a pie en busca de un buen mirador para el atardecer...Hablarán mejor las imágenes que yo misma…



Para culminar, una cena típica beduina con su música y bailes correspondientes… toda una delicia para mis sentidos, todos mis sentidos…

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