Pan, vino, azúcar y capazos


Decidimos salir a dar un paseo Bonito del Norte y yo por aquello de no pasar tanto rato atolondrados frente la tele, no sé por qué, pero me dio por dirigirme hacia el barrio donde nació mi madre y donde vivían mis abuelos maternos que no estaban nada lejos de los de los paternos.

Paseando por Barrionuevo, que así lo llamaban, me detuve bajo los ventanales contenedores del lugar donde creció mi madre y allí se me presentó el recuerdo de mi yayo o “yayé” (como le llamábamos cariñosamente) sentado en la mesa de la cocina junto a la ventana preparando pan con vino y azúcar. En ese momento, las piernas me llevaron solas hacia el lugar donde para entonces se localizaba la bodega del barrio, con sus enormes barriles y su olor a vino añejo y vinagre donde acompañaba a yayé siempre que me dejaban a su cargo.

Al continuar calle arriba, inevitablemente, llegamos al coso y allí me detuve otra vez para ver la cuesta de la Plaza Lizana. Entonces fue el abuelo (papá de mi papá) el que se me presentó con su boina y su bastón, siempre “de capazo” con algún conocido al que al final hasta le podía sacar algún parentesco. Fue él quien me explicó que parar por la calle para charlar un rato se llama “coger un capazo”.

Y así recuerda una a los abuelos, “yayé” y “el abuelo”, cada uno con sus peculiaridades, cada uno con sus enseñanzas: pan con vino y azúcar, coger “un capazo” y tantas otras que no cabrían en un solo post.

Es lo que tienen los paseos invernales por Güeskonsin.

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