Pokhara
La capital de los Annapurnas nos recibió lluviosa y
antipática. Sin las ansiadas vistas de
los ochomiles cercanos y con un chófer que no llegaba. Pero todo pasó, la tarde se aclaró y la
cordillera nos sonrió a lo lejos sin dejarse fotografiar pero sí imaginar
blanca como las nubes con las que casi le confundimos. Sin embargo, no fueron las montañas sino el
agua y el atardecer lo que nos situó en este lugar donde quien más quien menos
viene en busca de montañas y zen, cosas que se encuentran con sólo rozar el pie
contra la tierra.
Cruzar el lago Phewa mientras el sagrado Machapuchare se
reflejaba en sus aguas nos dio el sosiego necesario para emprender el corto
ascenso hasta la Pagoda de la Paz Mundial donde celebramos el cumpleaños de
Budha rodeando la Pagoda y saludando sus esfinges con un gesto de cabeza que nadie
nos enseñó.
Quisimos apreciar la inmensidad de Annapurnas, Dhaulagiri y
Manaslu allá en Sarangkot al amanecer como manda la lógica nepalí, pero los
calores de mayo desenfocaron los objetivos y fue el regreso por un largo camino
a orillas del Phewa lo que sació nuestras ansias de imágenes.
La guinda de nuestra pequeña Luna de Miel nepalí tomó forma
convertida en un insólito paseo a solas por una carretera perdida en busca de
la orilla contraria del lago Begnas desde donde regresar navegando aguas dulces
acogedoras de una fauna fantástica que alimenta aquellas gentes menudas y
encantadoras.
Gracias a la estancia en la inolvidable Pokhara pude
comprobar aquello que Mr. Lobsang Rampa describía en su fantástico libro “El
tercer ojo” sobre la paz de un monasterio budista y la normalidad de sus monjes
cuando rezan mientras juegan y meriendan.
Fue una de las tardes más emocionantes del viaje, retornar a mí misma
joven y curiosa observando y realizando mi último intento de fe.
Y aquí terminan, de momento, mis recuerdos de un viaje tan soñado como real.
Comentarios
Me queda muy poquito, algo más de un mes, para visitar esos paisajes (!!)
Besazo!
Otro besazo para tí!
Saludicos pues!