UN MOMENTO FELIZ
Durante las fiestas de Huesca, todo se magnifica. Las borracheras son grandes y duran hasta altas horas de la madrugada. Las amistades se sobrevaloran y todos los que están a tu alrededor te parecen amigos sin serlo en realidad.
Así, durante estas fiestas, he tenido de todo. Momentos muy buenos y momentos muy malos. Todo lo achaco al consumo de alcohol u otras sustancias, pero la cuestión es que se me han pasado los seis días de fiesta sin enterarme y sin hacer nada de lo que tenía pensado hacer. Total, que el día de la traca final, habiendo dormido y descansado bien decidí salir sólo un momento, ver los fuegos artificiales y llamar a un muy buen amigo que vive en riglos para pedir socorro y largarme allí el fin de semana.
Como los auténticos buenos amigos, me recibió en su casa, con los brazos abiertos.
Gracias a él, se produjo ese momento mágico que una necesita para recuperar fuerzas y volver a la “normalidad”:
Sentados en una terracita del pueblo, tomando un vinito fresquito y mirando hacia los mallos (grandes moles pétreas que podéis contemplar en la foto más abajo), de repente, me sentí tranquila y feliz, sabiendo que al día siguiente todo volvería a su sitio y que al volver a casa, nada habría cambiado más que un poquito mi forma de ver la vida.
Allí estuvimos un buen rato filosofando hasta que decidimos encaminarnos a casa por el camino más largo para disfrutar de un atardecer precioso, en buena compañía y con un paisaje inigualable de fondo.
Así, durante estas fiestas, he tenido de todo. Momentos muy buenos y momentos muy malos. Todo lo achaco al consumo de alcohol u otras sustancias, pero la cuestión es que se me han pasado los seis días de fiesta sin enterarme y sin hacer nada de lo que tenía pensado hacer. Total, que el día de la traca final, habiendo dormido y descansado bien decidí salir sólo un momento, ver los fuegos artificiales y llamar a un muy buen amigo que vive en riglos para pedir socorro y largarme allí el fin de semana.
Como los auténticos buenos amigos, me recibió en su casa, con los brazos abiertos.
Gracias a él, se produjo ese momento mágico que una necesita para recuperar fuerzas y volver a la “normalidad”:
Sentados en una terracita del pueblo, tomando un vinito fresquito y mirando hacia los mallos (grandes moles pétreas que podéis contemplar en la foto más abajo), de repente, me sentí tranquila y feliz, sabiendo que al día siguiente todo volvería a su sitio y que al volver a casa, nada habría cambiado más que un poquito mi forma de ver la vida.
Allí estuvimos un buen rato filosofando hasta que decidimos encaminarnos a casa por el camino más largo para disfrutar de un atardecer precioso, en buena compañía y con un paisaje inigualable de fondo.
Momentos como éste, se tienen muchos en la vida, pero por ser éste el más reciente y para hacer honor a la petición de vantysch (sí, otra vez, este chico no deja de darme trabajo) aquí dejo inmortalizado mi último momento más feliz.
Comentarios
Besos.
Acabo de llegar de viaje y, tras volver a esa "normalidad" de la que hablas y que tanto necesitamos, he venido de un salto a tu blog.
Tan sólo cómo describes ese momento con tu amigo ya transmites serenidad. Vivir algo así y saber apreciarlo no tiene precio...
Muchas gracias por compartirlo
Besetes ;)
PD: seguiré dándote faena jejeje
Laura: ahí está parte del secreto de la felicidad, en la sencillez.
Van: exactamente, serenidad.
Fue bonito el reportaje? Hablaban de escalada?