ODA CARAQUEÑA
Conforme se va acrecentando el número de contactos, aproximaciones y estimaciones se va engordando también mi nivel de nostalgia.
Nostalgia de aquello que ya a duras penas recuerdo pero que sigue en mí en forma de sensaciones grabadas en la memoria. Esas sensaciones difíciles de encontrar como el calor no climatológico sino humano y la alegría en las calles. Mi Caracas con su Ávila, el cerro que desde su inmensidad vigilaba cada paso que yo daba por esas calles de contrastes en las que de un momento a otro podía cambiar tu vida o incluso serte arrebatada por un simple par de zapatillas.
Sí, allí viví y crecí yo. En la ciudad de las arepas y los tequeños de queso, del pabellón criollo y la plaza Altamira que fue gran testigo del nacimiento de una hermosísima amistad que nunca he olvidado. La ciudad que albergaba las torres del silencio y la cota mil desde donde se contemplaban los millones de lucecitas que iluminaban la urbe plena de vida. Con su parque del este donde me regalaron por primera vez una flor y donde me encantaba jugar con las perezosas que lloraban de verdad con lágrimas casi humanas. Y que decir del María Inmaculada, mi colegio, el contenedor de tantas alegrías, tristezas, vivencias y “trastadas” infantiles y adolescentes con sus monjas misioneras que recuerdo con cariño a pesar de todo. El colegio al que era una aventura llegar subida en un autobús con nombre propio en el que viajabas al ritmo de salsa y las monedas de a bolívar golpeando las barandillas.
Comentarios
SAlud!
La nostalgia, bien entendida, no es triste, sino alegre.
No se me preocupe amigo Pez que estoy muy contenta, un poco otoñal sí, pero contenta.
Y BIENVENIDA MARI CARMEN!