MADRID Y MIS BOTAS COLORADAS
A veces son los pequeños viajes los que más nos llenan de esa sensación de haber tirado los problemas por la ventana del tren. Más cuando no hay intencionalidad, simplemente ocurre.
No es de mi gusto la ciudad de Madrid, pero no sé qué manía tan extraña ha cogido este lugar de regresarme a casa con nuevos aires. Será lo del anonimato tan falto en Huesketa city o será que despierta en mí los recuerdos de mi época urbanita allá en mi adorada Caracas.
Tras una larga jornada de trabajo aposenté mis huesos en el hotel, no sin antes lanzar un par de vaporizaciones de mi colonia para quitar los olores a sábana de hospital y cuando me hube ubicado, emprendí lo que esperaba fuera un corto paseo.
Paseando encontré, en un escaparate, un par de botas rojas que me llamaban y me decían que mi mago de oz sólo era visible con ellas puestas y como llevaba mi visa con pinta de baldosa amarilla, en seguida las adquirí con la esperanza de que el gesto de estrenarlas se convirtiera en el primer paso de otro cambio de postura y visión ante mi vida.
No hacía falta semejante gesto pero aquella noche dormí como aquel que duerme mucho y por la mañana descubrí que mis botas coloradas me devolvían la serenidad que nunca perdí: estaba dormida la pobre y necesitaba colores vivos para despertar.
No es de mi gusto la ciudad de Madrid, pero no sé qué manía tan extraña ha cogido este lugar de regresarme a casa con nuevos aires. Será lo del anonimato tan falto en Huesketa city o será que despierta en mí los recuerdos de mi época urbanita allá en mi adorada Caracas.
Tras una larga jornada de trabajo aposenté mis huesos en el hotel, no sin antes lanzar un par de vaporizaciones de mi colonia para quitar los olores a sábana de hospital y cuando me hube ubicado, emprendí lo que esperaba fuera un corto paseo.
Paseando encontré, en un escaparate, un par de botas rojas que me llamaban y me decían que mi mago de oz sólo era visible con ellas puestas y como llevaba mi visa con pinta de baldosa amarilla, en seguida las adquirí con la esperanza de que el gesto de estrenarlas se convirtiera en el primer paso de otro cambio de postura y visión ante mi vida.
No hacía falta semejante gesto pero aquella noche dormí como aquel que duerme mucho y por la mañana descubrí que mis botas coloradas me devolvían la serenidad que nunca perdí: estaba dormida la pobre y necesitaba colores vivos para despertar.
Comentarios
(Y me alegra mucho que vayas re-ubicándote, guapa).
(El anonimato es lo mejor de los madriles)
¿es posible sentir un flechazo por un objeto inanimado? ¡si! más si sabes que serás tú quien anime al objeto en cuestión.
Mis botas ya no son un simple objeto en un escaparate, ahora tienen vida... ¡la que les proveen mis pies! jejeej!
Saludicos a tod@s!