INTORNO ALLA BELLA ITALIA III: Por fin, Venecia


Como a cualquiera, me ilusiona poder conocer esas ciudades tan famosas como París, Nueva York, Roma… Venecia. Al saber que mi ilusión se iba a hacer realidad, pensé que una vez allí quizá me decepcionaría, pues suele pasar que cuando tienes expectativas sobre algo, éstas se quedan cortas o largas.


Ni una cosa ni otra. Lo mío con Venecia fue más bien una sorpresa. Es exactamente como una se la imagina: pequeña, curiosa, romántica. Para mí fue como estar dentro de un programa de viajeros de la tele. Vi las cosas tal y como la televisión, el cine, las revistas te las enseñan, pero con un añadido sorprendente: El silencio.



Sí, lo que más me impresionó de Venecia fue la carencia de decibelios. La ausencia de tráfico terrestre le otorga ese beneficio y la gente lo agradecemos pues el tono de voz se disminuye considerablemente y, aunque te encuentres rodeada de cientos de turistas en todo el centro de la Plaza de San Marco, sólo escuchas un ligero murmullo. Esto permite contemplar las bellezas del lugar con un aire sosegado, saboreando todas y cada una de las fotos que la retina atrapa en su sorpresa por la belleza que el hombre fue capaz de imaginar y llevar a la realidad.

He de hacer especial mención a la Basílica. Como me ocurrió con Petra en Jordania, llegar desde un pequeño callejón y ver cómo poco a poco se abría ante mí una inmensa construcción de mármol de colores me emocionó considerablemente. Es cierto lo que dicen, realmente es bellísima y mi cámara no da para plasmar la realidad. Estos sitios hay que verlos en vivo y en directo.

Comentarios

Atlántida ha dicho que…
Totalmente de acuerdo, Venecia no se deslumbra a pesar de la fama.
PENSADORA ha dicho que…
JO! es tan mona. Si hubiera sido una persona, le hubiera dado un abrazo por bonita y entrañable.

Saludicos!
Anónimo ha dicho que…
Que bonito! allí yo también quiero ir ... y después volver.

Besitos de pensister.

Entradas populares de este blog

VENTAJAS Y DESVENTAJAS DE LA ASERTIVIDAD

Señal divina

QUERER O MERECER