ODA URBANA
A veces me pongo melancólica al recordar mis tardes de metro y plazas en Caracas y me asaltan las dudas sobre mi asombrosa capacidad de adaptación al medio, pues, aunque ya han pasado diecisiete años desde mi regreso a la “madre patria”, recuerdo que me costó muy poco adaptarme a una ciudad de, para entonces, sólo cuarenta mil habitantes.
Estos días de ausencia he estado por motivos de trabajo, una vez más, en Madrid. Pero esta vez, a diferencia de tantas otras, he regresado apesadumbrada. Parece ser que, a pesar de mi profundo amor por mi “Huesketa” querida y sus adorables montes, sobre todo éstos últimos, echo de menos esas sensaciones extrañas de bohemia paseante por la ciudad.
Tal vez ha sido el barrio donde he estado, más tranquilo y verde que otros, pero he vuelto a suspirar paseando largos ratos por las calles, mirando la extensión de la ciudad desde lo alto de mi ventana de hotel y contemplando las millones de lucecitas de la ciudad en la noche.
Volvió a mí el recuerdo de la adolescente que fui, que amaba Caracas y su inmensidad. Que miraba la sombra del cerro Ávila desde el balcón y que disfrutaba viajando en metro y manteniendo largas charlas en la plaza de Altamira con mi inseparable amiga de juventud.
Así pues, no deja de sorprenderme la capacidad que tenemos las personas (o según qué personas) a encontrar belleza allá donde nos plazca, porque mi pirineo es hermoso, sí, pero que bellas son las ciudades cuando te atreves a sumergirte en ellas.
Estos días de ausencia he estado por motivos de trabajo, una vez más, en Madrid. Pero esta vez, a diferencia de tantas otras, he regresado apesadumbrada. Parece ser que, a pesar de mi profundo amor por mi “Huesketa” querida y sus adorables montes, sobre todo éstos últimos, echo de menos esas sensaciones extrañas de bohemia paseante por la ciudad.
Tal vez ha sido el barrio donde he estado, más tranquilo y verde que otros, pero he vuelto a suspirar paseando largos ratos por las calles, mirando la extensión de la ciudad desde lo alto de mi ventana de hotel y contemplando las millones de lucecitas de la ciudad en la noche.
Volvió a mí el recuerdo de la adolescente que fui, que amaba Caracas y su inmensidad. Que miraba la sombra del cerro Ávila desde el balcón y que disfrutaba viajando en metro y manteniendo largas charlas en la plaza de Altamira con mi inseparable amiga de juventud.
Así pues, no deja de sorprenderme la capacidad que tenemos las personas (o según qué personas) a encontrar belleza allá donde nos plazca, porque mi pirineo es hermoso, sí, pero que bellas son las ciudades cuando te atreves a sumergirte en ellas.
Comentarios
Besitos Laura, eres un encanto.
eso no todo el mundo puede hacerlo,
enhorabuena!
besos
Estaba inspirada y tontorrona anoche... aaaaiiinnnsss!!!! que paciencia!
Las ciudades son muy inspiradoras, nos sólo por los edificios y todo eso, sino por la cantidad de historias simultaneas que ocurren y que jamás conoceremos.
Al final, en 1980 subió al poder un tal Lusinchi (si mal no recuerdo, yo tenía 5 dulces añitos)que lo fastidió casi todo, sobre todo por el desfalco salvaje que hizo en las arcas del estado. También hubo una tremenda fuga de divisas hacia el extranjero, en particular Miami, donde casi todos los ricachones Venezolanos tienen sus residencias actuales.
El tema venezolano también tiene muchíiiiisima tela, diría que casi más que Colombia.
Por cierto, pensadora, siguiendo sobre las cosas de los orígenes, resulta que casi todos los días he de trabajar con una de Huesca. Muy maja la chica, sí señor, espero que todos allí seais así.
A mí se me podría incluir en el apartado de "no sabe, no contesta" jejeje!
Allá va...al la tercera va la vencida:
Estoy de acuerdo contigo Pensadora, que cada lugar tiene su encanto y yo diría que su momento. Yo siempre digo que hay que llevar puestos los ojos de ver, los oidos de oir y el corazón de sentir. Hay que ir dispuesto a dejarse enamorar(como yo por tu tierra). Bueno, que voy a ver si esto se queda o no.
Ya dicen que a la tercera va la vencida.
Habría que ver eso de "no sabe, no contesta".
Para mí, cualquiera de nuestros sentidos es bienvenido a la hora de sentir. Sintamos, pues.